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Anatomía con pincel: la obra de Luis Caballero

Crítica al legado del pintor colombiano a propósito de los 25 años de su muerte.  

Era el desadaptado, el torpe, el retraído, el angustiado, aquel bicho raro que experimentaba placer mirando los mártires y los cristos yacientes cuando entraba con su tía-abuela Margarita Holguín y Caro, pintora y restauradora de oficio, a las iglesias de la Bogotá gris de finales de los cincuentas.

Era el niño Luis Caballero Holguín (1943-1995), hijo del prominente escritor Eduardo Caballero Calderón, y miembro, además, de una familia que terminaría emparentada con el poder. Pero el pequeño era el desadaptado, el torpe, el retraído, el angustiado, y así lo veían todos en el colegio, donde nunca intimó con compañero alguno, no fue a reuniones con amigos y jamás invitó a nadie a su casa.

La mujer oculta de Caballero

Criticado por muchos, alabado por pocos. Así se pensaba a sí mismo Luis Caballero (1943 -1995), de acuerdo con lo que le escribía a su colega Beatriz González en cartas. Tenía miedo de que su nombre no fuera importante en la historia del arte colombiano, como la crítica y curadora de su obra lo hace público en el libro ¡Pobre de mí, no soy sino un triste pintor! 

Todo tiene que ver con que Caballero tuvo una vida polémica: fue atacado por exhibir dorsos desnudos, por ser abiertamente homosexual, aunque estuvo casado con una mujer. Había dicho no a los labios rojos, los senos y las caderas por decir sí a los brazos fuertes, los abdominales y los pectorales. 

Cerca de conmemorarse 21 años de su muerte, el tema de género lo sigue persiguiendo. Todo está relacionado con su elección: “Dibujar del natural es analizar. Es escoger. Escoger las líneas y los volúmenes que nos interesan dentro de esa maraña infinita de líneas y formas que son nuestra visión”, decía Caballero.